Cupido al clave
Al presionar la tecla de un clavicémbalo, una púa de pluma eleva una cuerda y la punza de tal manera que se produce el sonido más delicado del mundo. O quizá no tanto. Lo decidirá el público del Carnegie Hall tras escuchar la sobrecogedoraMarche des Scythes de Royer con la que Yago Mahúgo cerrará su primer concierto en la mítica sala neoyorquina el próximo 14 de febrero de la mano de la Fundación Più Mosso. Una vez más, el clavecinista y fortepianista madrileño llevará al límite las posibilidades sonoras de su instrumento con un programa que abarca buena parte del siglo (XVIII) que supuso la culminación de la escuela francesa para clave en manos de François Couperin, su primo Armand-Louis, Joseph Nicolas Pancrace Royer y, bajo la influencia de Scarlatti en España, el padre Antonio Soler.
El concierto se abre con un surtido de “suites imaginarias”, piezas que Couperin ‘Le Grand’ recopiló en cuatro cuadernos, las famosas Pièces de clavecin. El compositor llamó a estas piezas ordres, pero equivalían a las suites instrumentales de los grandes maestros alemanas de la época. Al parecer Couperin llegó a mantener correspondencia con Bach y, según cuenta la leyenda, las cartas del francés se usaron después para tapar los tarros de mermelada de la familia del Kapellmeister. Algunas piezas de la serie del que fuera organista de Luis XIV se antojan hoy prematuramente programáticas (alguien podría pensar que Les Baricades Mistèriuses se adelanta a las “postales ilustradas” de Albéniz o a los Preludios de Debussy), otras expresan estados de ánimo concretos (véase la “suave languidez” o el “himno de amor” en homenaje, por qué no, a Cupido) o se entregan al delirio poético, como L’amour au Berceau, que en su apariencia de rondó esconde una bella nana.
Del padre Soler sabemos que soñó con otros mundos desde su pequeña celda del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Compuso casi toda su música pensando en Dios, pero en su famoso Fandango se dejó atrapar por el sonido popular, castizo y hasta cierto punto pecaminoso de las tabernas madrileñas. El opus 146 del organista y maestro de capilla es una auténtica proeza de 450 compases que avanzan sobre un ostinato que exprime todas las posibilidades del clave: giros armónicos, acordes de todo tipo, repentinos cambios de ritmo… La influencia de Scarlatti (de quien recibió lecciones entre 1752 y 1757) se aprecia, sobre todo, en la serie de más de 120 sonatas que compuso para clave. Soler adoptó el esquema formal bitemático de su colega italiano, pero incorporó elementos de la antigua tradición española para teclado, además de recursos tomados directamente del folklore. Así, el ritmo de la Sonata nº 90 en fa sostenido mayor remite a las seguidillas gitanas de Andalucía.
Armand-Louis llevó una vida apacible en el ambiente palaciego de la Francia de los luises. Siguiendo la tradición familiar de los Couperin, el octavo miembro de la saga sirvió como organista en Saint-Gervais y en Monmartre y legó un nutrido catálogo de obras que fueron evolucionando al ritmo de los gustos de la moda musical de mediados del siglo XVIII: desde sonatas más serenas y refinadas, si bien no exentas de virtuosismo, hasta piezas para clavecín de una exuberancia casi ostentosa. Mientras La Chéron se eleva sobre un andamiaje armónico de lo más audaz, La du Breüil, Rondeau (gracieux), L’Angloise y L’Enjouée se impregnan del carácter vitalista, festivo y hasta efectista del compositor, que en Les Tendres Sentiments se aleja definitivamente de la órbita de su primo François. Armand-Louis murió en París en un accidente de circulación el mismo año de la Gran Revolución que cambiaría para siempre el curso de la Historia.
Tampoco Royer viviría para asistir al nacimiento de la democracia moderna ni para comprobar la eficacia de la guillotina en manos de los sans-culottes. Hijo de un capitán de artillería, Royer estudió música en Turín. Sirvió a la corona francesa y llegó a componer varias óperas, una de las cuales, Prométhée et Pandore, le costó una enemistad vitalicia con Voltaire. De su catálogo musical apenas ha sobrevivido un puñado de obras, entre las que destacan Pièces de clavecin, una colección de catorce deliciosas miniaturas. L’Aimable y La Sensible son un derroche de expresividad casi dramatúrgica. La espectacular y formidable Marche des Scythes es una transcripción de una de sus arias de ópera. La densidad sonora de esta última partitura alberga todo el espectro de emociones del teclado. A veces tierna, otras animada, a ratos sutil y tumultuosa por momentos, la música de Royer se antoja divertida, emocionante y conmovedora al mismo tiempo.
Dice Yago Mahúgo que la música le ha salvado la vida. No es una frase hecha sino la constatación de un misterio neurológico. Para el neurocirujano que le operó tras sufrir un ictus cerebral hace cuatro años, sólo una vida dedicada a la música (cuya práctica se ha demostrado estimula las conexiones neuronales) puede explicar su rápida recuperación. Pero Mahúgo no sólo ha vuelto a tocar, sino que ahora lo hace mejor que antes. Él mismo reconoce que el accidente que sufrió le obligó a reaprenderlo todo desde el clave y le permitió sacudirse los pequeños vicios de su pasado como pianista romántico. Si Mahúgo ha recuperado las constantes vitales de su música ha sido, entre otras cosas, porque es un artista constante y vital, que jamás ha perdido la pasión por su trabajo ni la curiosidad por seguir ensanchando su horizonte musical.
Benjamín G. Rosado