Oberturas
En sus estudios sobre Stendhal, Giuseppe Tomasi di Lampedusa apunta algo sobre la obertura de Guillermo Tell de Rossini. No está mal vincular al escritor francés con el compositor italiano bajo la sombra de Beethoven. Si este hubiera acertado con la ópera, le habría salido Guillermo Tell. Si el Cisne de Pesaro hubiese escrito una sinfonía le habría salido la Sexta beethoveniana, la Pastoral. En efecto, su obertura es una Pastoral de bolsillo. Esto es fantástico pero también didáctico.
Según algunos oyentes incompetentes —sigo a Lampedusa— la representación es una tormenta a la salida del sol. Para otros, una carrera de caballos. Para otros más, una égloga interrumpida por el estallido de un pueblo. Y para otros que más y más, el pueblo amedrentado presencia la tormenta y la carrera, para gozarlas finalmente en un estallido de alegría. Lampedusa disfruta la escucha de la obra sin traducirla verbalmente: es todos lo que se diga de ella y ninguna de sus traducciones. Personalmente, percibo una microsinfonía en cuatro movimientos clásicos: obertura animada, scherzo, cantable y apoteosis. Subrayo la forma y la dejo en toda su vivencia inmediata y musical.
¿Por qué una pieza orquestal puede proyectarse en puestas escénicas tan diversas, incompatibles pero igualmente válidas? La música es siempre la que se escucha en el momento en que existe, es decir cuando se ejecuta. Si, para el caso, pensamos en la obertura de una ópera cuyo argumento y libreto conocemos, le estamos concediendo el carácter de introducción a un texto verbal. Pero también la podemos oír fuera de tal contexto y entonces no nos persuadirá de antemano como la llamada música programática, una suerte de poema sinfónico que ilustra una estructura verbal preconcebida. Tampoco es inválida la opción.
La música es un lenguaje y de los más estructurados en cuanto a su forma. La página redactada por el compositor es clara, estricta, muy determinada. Dicha en términos lingüísticos, tiene sintaxis y gramática, fraseo y armonía, cantos e instrumentación. El detalle es que no tiene semántica. Esto la hace indeterminada y ambigua, precisa en su dicción y abierta en sus significados. Se los otorgamos en la recepción, que es momentánea, funciona en su desarrollo y acaba en el silencio. En esto, Lampedusa lleva razón porque la música, siendo un lenguaje extremadamente racionalizado, sin embargo, no nos da la razón última, la clave de bóveda, que nos diga pulcramente lo que significa. Nos significa al sentirla, aunque nada signifique ella misma. La sentimos en la plenitud de su sentido.
Blas Matamoro