Nacionalismos
Parece ser que no hay sistema de signos más universal, inmediato, planetario y cuantas más calificaciones se le puedan extraer, que la música. Llega enseguida al sentimiento de cualquier animal humano sin necesidad de traducción ni explicaciones. En este sentido, resulta claramente incompatible con todo nacionalismo. En efecto, pensar que una música de tal o cual país sólo puede conmover o interesar a sus aborígenes, carece de asidero en la experiencia de los melómanos.
Sin embargo, las escuelas nacionalistas existen en música y caben en las historias del ramo con cierta ufanía. Dejo de lado los ingredientes literarios porque ellos se valen de signos que no son musicales y que sí, para ser entendidos, exigen una traducción. La ópera rusa se vale del ruso como la checa del checo y la española, del español. Bueno, desde luego, la catalana del catalán y la vasca, del euskera. También hay tangos en lunfardo. Vayamos a los puros sonidos. Es posible y hasta, a veces, necesario, que cuando un checo oiga una dumka tenga unas ganas de bailarla que no sentiremos el resto de los mortales. Lo mismo le pasará a un ampurdanés con la sardana y a un brasileño con el samba.
Entonces: la nación no juega en cuanto a la música en sí misma sino en la actitud de quien la recibe. Para un noruego las danzas noruegas de Grieg son suyas y para un niño que las oía de fondo en una radioteatro de Buenos Aires en los años cincuenta – es mi caso, trivial pero válido – también son suyas aunque no como noruegas sino como ligadas a las tramoyas de las novelas radiofónicas de entonces. Ya un poco más enterados, podemos advertir lo que el noruego Grieg debe a su formación germánica, al pianismo de Liszt y al repentismo de Schumann.
Poderosos sentimientos de nacionalidad han alimentado a los músicos latinoamericanos del siglo XX. Pero ¿cuánto debe Villa-Lobos a su formación francesa, Chávez y Ginastera a sus lecturas de Stravinski? ¿Qué similitud familiar liga al Prokofiev de Alexander Nevsky con el Silvestre Revueltas de Vámonos con Pancho Villa? Invirtiendo los términos: Gustavo Dudamel nos ofrece una lectura de La consagración de la primavera que la “convierte” en una viaje por la selva tropical sudamericana.
La nación está en el receptor que escucha, no en el compositor que compone. La música no tiene fecha ni lugar. Es siempre de aquí y ahora, en el preciso momento en que un niño, en cualquier lugar del mundo, viendo Fantasía de Walt Disney, se asusta cuando el Ratón Mickey se ahoga entre escobas mágicas y baldes de agua también embrujados. Dukas, francés, puso música a un poema de Goethe, alemán, y el ratón ha sido dibujado por un norteamericano tal vez nativo de Málaga. La seguimos en la próxima.