Monteverdiana
En el Palacio Ducal de Mantua se conserva un salón donde, probablemente, se estrenó la ópera más antigua que conservamos, Orfeo de Monteverdi. En su techo, un trampantojo nos propone un guiño barroco a más no poder: una cuadriga de briosos corceles – obsérvese el lugar común- vista desde un ángulo se dirige en sentido contrario de si es vista desde el ángulo opuesto. Ambiguo como un concetto propio de la poesía barroca, este plafón diseña un destino.
En efecto, Monteverdi, tras extraer el nuevo género de los aspectos más dramáticos y aún más o menos teatrales de cierto repertorio madrigalesco, se pasea por la frontera entre dos sistemas armónicos. En sus obras se advierte la transición de la música modal a la música tonal. La primera, muy compleja en sus soluciones –se han hallado hasta nueve modos, entre naturales y mixtos, en el canto gregoriano– cede ante la aparente sencillez de un par de modos, el mayor y el menor, que se amoldan a toda posible tonalidad. Invirtiendo la imagen, como en el techo del Palacio Ducal, aquella complicación sirvió para componer mucha menos música que esta simplicidad, que llega hasta nuestros días.
El Gran Claudio no pudo menos que darse cuenta de la metamorfosis que se traía entre manos y así sus experimentos armónicos van configurando el que será uno de los tesoros de la ópera: el canto melódico, el aria. O sea que en ese nido de acordes se fue gestando, si vale el eco, el melodismo de un género esencialmente melódico, ya que la voz humana no puede hacer más de una nota a la vez.
¿Fue la ópera esa cuna donde se parió y empezó a criarse la música tonal? Hay eruditos que así lo afirman. Me gusta la idea porque la ópera reúne todas las artes posibles y hermana, nuevamente, a las Musas en un solo club, al cual accede un único varón, Apolo. Suele llegar a sus reuniones en un carro de cuadriga. Y, respuesta diferida a Monteverdi, el salón sirve de marco al primer cuadro del verdiano Rigoletto. Aparte de la similitud de apellidos y las demás que he esbozado, rubrico con un refrán: Dios los cría y ellos se juntan.