Alban Berg y el idiota
Hace falta ser idiota.
Hace falta ser idiota para ignorar a tus contemporáneos. Y, sin embargo, los ignoras.
Una directora de teatro que ignora a sus contemporáneos me lo dijo una vez; sabía de lo que hablaba, pero era evidente que se lo adjudicaba a otros. Eres director responsable de tal institución y favoreces al contemporáneo ladilla en detrimento del contemporáneo con talento. Un contemporáneo: qué alivio ante su tumba, como diría Cioran y como me gusta citar y citar, así que me repito, como los abuelos atolondrados por el amor de una nieta.
Ahí tienen una evocación: Alban Berg quiere convertir en ópera la hermosa obra teatral ¡Y Pippa baila! (1906), de Gerhart Hauptmann, premio Nobel y genio poético y dramático, que tuvo algunas desdichas en su vida: su representante y la tentación nazi, entre otras. Ambas le jugaron malas pasadas a este autor algo recordado hoy. Pero la adhesión nazi, sin duda oportunista y sin duda fruto de la coerción, no trascendió a su obra, mientras que la negativa del idiota que lo representaba tiene como consecuencia que hoy, setenta años después de la muerte del escritor, nadie se acuerde de Pippa; si acaso, nos acordamos de Los tejedores y alguna pieza más; y de algunas más se acuerdan en Alemania, claro. El idiota pidió una excesiva cantidad por concepto de derechos, ya que su representado estaba en la cumbre, mientras que Berg no era más que un compositor que había tenido cierto éxito con el Wozzeck ése, que el idiota tal vez no entendía. Dos artistas geniales separados por un idiota. Ay.
En cultura hay al menos dos tipos de idiota muy peligrosos: el representante, que te posibilita la obra, se aprovecha de tu obra y castra tu obra; y el gestor cultural, comisario, director de un teatro, delegado del poder que al que a menudo finge detestar o desdeñar: ése te castra siempre.
¿Hemos de lamentar que no tengamos a Pippa y tengamos a Lulu? No, lo que hemos de lamentar es que Berg no compusiera también Pippa, ese universo poético en el que, una vez más, la víctima femenina es presa de la cacería desatada, aquí en medio de la danza (o el arrebato, o la embriaguez…) Hay que lamentar que Berg muriera tan pronto, aunque quién sabe qué hubiera sido de él una vez producido el Anschluss y estallada la guerra. Si el director de coros socialistas Anton Webern, cuyas obras prohibió el nazismo, se convirtió en nazi porque los hijos le salieron partidarios “del cambio” (como los de Serenus Zeitblom), y además su hijo murió al final en un bombardeo –defendiendo al Reich, claro-, y tenía un yerno idiota y estraperlista con esvástica… imagínense, pues. Yo no soy judío, clamó el propio Berg, ahí más indigno que idiota, en una carta a las autoridades del Reich. Como Stravinski, que hizo lo propio: parezco judío, pero no lo soy, no crean.
El idiota no tiene por qué ser nazi. Basta con que lo preceda, le dé alas. Como el partido social-cristiano austriaco, la CEDA o partidos de apariencia burguesa y respetable. El idiota no tiene por qué ser culto, basta con que sea nombrado gestor. La cultura, qué asco, eso no vende, eso no se estrena: Y pese a idiotas vieneses, imagínense a Hofmannshtal y a Strauss en este yermo de las almas de por aquí.
No tenemos Pippa, ay. Tenemos Lulu. No nos quejemos tanto. Limitémonos a señalar que hubo un idiota. No recuerdo el nombre.
¿Llegó Hauptmann a comprender la que le había jugado el idiota al impedir por codicia y ceguera el trato con Berg sobre Pippa? No, claro que no. Hauptmann falleció en junio de 1946, y por entonces Viena, arrasada y dividida entre las cuatro potencias, se había olvidado de Berg, fallecido diez años y medio antes; unos cuantos lamentaban la muerte accidental, absurda, de Anton Webern el año anterior, justo cuando la guerra ya había concluido. Lo mató alguien que al parecer era un idiota nervioso. El propio Webern hizo una idiotez: salió a fumar una pipa o un cigarro mientras los soldados gringos registraban aquel nido de nazis. Y, en la penumbra, las pipas y los puros se parecen mucho a las pistolas.
Siempre hay un idiota. Por ejemplo, cuando uno hace el idiota.